Quien esté libre de pecado, que lanze la primera piedra…todos hemos lastimado a alguien alguna vez, la mayoría de las ocasiones sin darnos cuenta o hasta creyendo que lo hacemos “por su bien”, pero en algún momento también por rabia o por miedo. Así que perdonar a quien nos ha hecho daño es en primer lugar, una manera de ser consecuente con el hecho de que todos somos humanos y cometemos errores.
Pero además, perdonar es un acto de autocuidado, porque los rencores guardados dañan nueastra salud mental y física, como bien ha comprobado la investigación científica en las últimas décadas.
Y, ¿qué hacer para perdonar? Pues en primer lugar, querernos a nosotros mismos muchísimo, para suplir el espacio de desamor que nos dejó la afrenta de otro. En segundo lugar, intentar comprender por qué la otra persona actuó de esa forma, pues muchas veces, como decía al inicio, lo hizo con buena intención, aunque el resultado fuera nefasto. Y por último, si no conseguimos perdonar, entonces intentemos olvidar, porque el resentimiento, como está implícito en la misma etimología de la palabra, es re-sentir, re-vivir la afrenta, con lo cual no solo estamos sufriendo lo mismo una y otra vez, sino que además, le estamos concediendo a quien nos hizo daño, el poder de seguir influenciando negativamente en nuestras vidas.
Por último, hay que tener discernimiento para saber que aunque comprendas, olvides o perdones, hay personas que pueden ser perjudiciales para nuestras vidas y lo mejor es alejarnos de ellas; y si no queda otra alternativa, combatir por nuestros derechos.
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